El júbilo encerraba las palabras que exacerbadamente transformaban todo en el soliloquio de un adios. Sus párpados sucesivos y cronológicos (gastados) anunciaban el instante en que las sombras, dilatándose, se regían en el espiral tan grosero como inocente de las ecuaciones del corazón. Y que bien se sentía, y que mal se veía.
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